Os compartimos la continuación de la traducción del artículo del Dr. Peter A. Crist, sobre el caso de J, un paciente de 6 años de edad, la traducción del artículo ha sido realizada por nuestro compañero Roger Falcó.

Continuación . . .
Curso
de la terapia individual (continuación)
En
el quinto año de terapia de J, con una edad de 11 años, en
ocasiones todavía actuaba de forma rebelde hacia las figuras de
autoridad. Su desconfianza y desprecio hacia mí como figura de
autoridad se volvió incluso más acentuada. Le dije que me estaba
tratando de forma irrespectuosa y que pensaba que siendo
irrespectuoso se causaba muchos problemas. J respondió “Bueno, a
mis padres los trato con respeto”. Cuando le pregunté cómo era
respondió “Si no lo hiciera me castigarían”. Esto dejó claro
que esperaba ser disciplinado por sus padres, pero permanecía sin
ser consciente de la cualidad de conducta.
Se
volvió cada vez más desafiante conmigo mientras simultáneamente
actuaba de forma más responsable en casa y en la escuela. Por unas
cuantas semanas permaneció cerca de mis expectativas sobre restar
tumbado en el diván y señalé sus intentos de escabullirse. Estaba
más inquieto y no dejaba de moverse constantemente. Sus resistencias
adquirieron un carácter cada vez más emocional y, de hecho, decía
“No me quedaré quieto” en lugar de “No podré quedarme
quieto”. A partir de inmovilizarlo físicamente en este punto de la
terapia, una resistencia más profunda salió a la superficie.
Mientras lo sujetaba tanto como era posible, en cada oportunidad que
tenía continuaba haciendo furtivamente algún movimiento con una
expresión desafiante en la cara. Le dije que fuera directo y
simplemente dijera “No”. Ahora rechazaba incluso hacer esto. Me
miró con su habitual mirada astuta y cerró los ojos. Le dije
“Venga, se directo con tus sentimientos. Di “De ninguna manera,
no lo haré”, porque esto es lo que dicen tus acciones. Giró la
cabeza de forma desafiante sin decir una palabra. Me las apañé para
sujetar sus brazos con una mano y agarré su barbilla moviendo su
cabeza adelante y atrás en una expresión de “No” mientras le
decía “Eso es; ¡Sigue y deja salir el No!”. Pareció nervioso,
desequilibrado y un poco ansioso al no poder controlar la situación.
Estas expresiones cambiaron rápidamente hacia una actitud más
desafiante. Continué sacudiendo su cabeza y mientras más se
resistía, más persistía. Se sonrojó y me miró furioso. Lo animé
diciéndole “Vamos. Déjalo salir de tus ojos y tu boca. Di lo que
me quieres decir.” Continuó enfadado conmigo con mayor intensidad
que nunca, y me brindó algunas miradas asesinas. Cuando terminó la
sesión, se fue hirviendo de rabia.
A
los pocos días la madre preguntó “¿Qué hiciste con J? Durante
un día y medio después de la sesión estuvo diciéndome a mí y a
su padre cómo estaba de enfadado contigo y que te había dicho como
te odiaba. Estaba diferente sobre esto como nunca. No sólo decía
que no volvería. Era explícito con su enfado y en cómo te regañó.
Era tan claro al respecto que me preguntaba lo que pasó realmente”.
Le dije a la madre, “Sí, estaba enfadado conmigo, pero no dijo una
palabra. Creo que lo que te ha dicho es en parte su fanfarronada
sobre lo valiente que es conmigo”. La madre también refirió que
durante los días siguientes a la sesión, podía sentarse más
concentrado que nunca y hacer los deberes de la escuela sin las
tácticas dilatorias habituales y sin enfrentarse con ella.
La
semana siguiente entró rápidamente a la sala de terapia cuando lo
llamé. Se tumbó y espontáneamente empezó a hablarme abiertamente,
de un ser humano a otro. “Han pasado muchas cosas esta semana”.
Yo respondí “¿Cosas?”. “Mi padrino murió, pero yo no sabía
que era mi padrino porque no recuerdo haberlo visto nunca. Era un
buen amigo de mis padres. Mi madre ha estado mal, llorando todo el
rato, con los ojos rojos y esas cosas. Yo no he llorado. No he
sentido nada. No lo conocía. Me sentí mucho más triste cuando
murieron mi pez y mi perro. ¿Es raro?” Le dije, “No, claro que
no. Los conocías y significaban algo para ti.” Hasta este momento
no había reconocido tristeza en él mismo o en otros. Más tarde, su
madre refirió que se había portado bien durante toda la semana.
Añadió “Aunque me ha vuelto loca, retrasando un importante
trabajo de la escuela hasta el último momento. Tengo que admitir que
realmente se ha esforzado trabajando horas y horas los dos días
antes de la entrega, aunque la noche pasada salimos con su padre y se
quedó con la canguro.”
A
la sesión siguiente, su actitud desafiante hacia mi volvió con
mucha fuerza. Otra vez requerí hacer uso la sujeción física para
que permaneciera recostado. Cuando insistía, se ponía furioso de
nuevo, pero esta vez casi lloró al final de la sesión y salió
caminando visiblemente conmovido. Salió silenciosamente y se sentó
en un rincón de la sala de espera. Más tarde la madre refirió que
le había dejado sentarse tranquilamente durante un rato y luego él
solo se acercó hacia ella y con lágrimas en los ojos le pidió un
abrazo. Le dijo que le había hecho daño cogiéndolo por la boca
dónde tenía la ortodoncia. La madre me dijo que raramente acudía a
ella buscando cariño. Le dije que estaba claramente molesto por lo
que había sucedido conmigo, pero que evidentemente encontró mucho
más fácil quejarse por haber sido herido físicamente que
emocionalmente. De hecho, no había aplicado presión en sus dientes
y había sujetado su mandíbula con menos presión que dos semanas
antes. Este hecho era muy importante poque lo dejaba ser
emocionalmente vulnerable pidiendo cariño.
A
la siguiente sesión entró, se tumbó y empezó la conversación.
Dijo con bastante entusiasmo y orgullo que pensaba que sacaría un
excelente en las notas por primera vez. Le dije que tenía muchas
ganas de verlo y que debía sentirse bien consigo mismo. Respondió
de forma bastante genuina “Sí, hace algunas semanas que lo estoy
haciendo mucho mejor en la escuela. También me he portado bien en
casa. Creo que he pasado página. Incluso mi padre lo cree.”
Entonces, me habló de sus decepciones con sus padres por primera
vez. “Ellos no cumplen sus promesas. Mi padre promete cosas
rápidamente y después cambia de opinión. Mi madre no cumple sus
promesas, no porque cambie de opinión, sino porque se distrae tanto
que no recuerda lo que ha dicho. (Ambas observaciones eran bastante
acuradas).
Su
madre ahora refería que era “como un niño nuevo”. En varias
ocasiones había acudido a ella en busca de abrazos solo para tener
contacto físico. Con las tareas de la escuela también estaba
concentrado. Le habían prometido que podría jugar en el programa de
deportes si hacía los deberes de la escuela. Cuando no lo consiguió
la semana anterior y se le dijo que no podría jugar, respondió con
recelo “¿No me vais a dejar sin jugar, no?”. La madre decía que
le era difícil cumplir el trato porque J estaba muy molesto. Su
respuesta, sin embargo, era muy diferente de otras veces que no había
podido salirse con la suya. No hubo arrebatos de ira y no se puso
taimado. En cambio, J le dijo a su madre lo mucho que deseaba jugar.
Ella dijo que era la primera vez que lo veía mostrar,
emocionalmente, que algo le importaba mucho. Después estuvo muy
ocupado y se aseguró de hacer los deberes de la escuela para poder
jugar la semana siguiente.
El
tema central y el proceso de la terapia de J se desarrollaron de la
siguiente manera. Cuando se detenían sus acciones defensivas, las
emociones se agitaban espontáneamente. Entonces atacaría o asumiría
una actitud desafiante de tipo duro para evitar estos sentimientos.
Cuando pudo experimentar sus emociones (fuera deseo, ira, ansiedad o
tristeza) y expresarlas directamente, se calmó y pudo centrarse en
los deberes o en lo que necesitaba hacer para tener lo que quería.
El efecto más duradero se produjo cuando toleró la ansiedad y la
tristeza, emociones asociadas con la contracción energética.
Entonces podía sentirse genuinamente bien consigo mismo y asumir la
responsabilidad de aquello que le importaba. Esto también
significaba que podría percibir y expresarse a los demás más
adecuadamente (como hizo con sus padres).
Discusión
del caso
Conductas
de J como gritar, arrebatos de ira, pegar a su hermana, mentir y
robar representaban un mecanismo de defensa profundamente arraigado
para evitar el desarrollo de cualquier tensión emocional. Cuando fue
llevado a terapia por primera vez, su comportamiento impulsivo era el
problema que le causaba la mayoría de los conflictos en casa y en la
escuela. También se trataba del mecanismo central de su carácter
que tenía que ser abordado en el curso de la terapia. El objetivo
terapéutico era llevarlo a estar en contacto con las emociones
subyacentes con el fin de evitar que se comportara de forma
neurótica. Tenía defensas de carácter fálico narcisista (como
comportarse como una persona importante e intentar controlar a todo
el mundo, incluidos los profesores, los padres y yo), pero esto era
más un determinante de la cualidad de su comportamiento impulsivo
que un rasgo representativo de su estructura de carácter. Es
bastante probable que su defensa central de impulsividad defina su
estructura de carácter como impulsivo, pero, siendo aún un niño y
no habiendo superado la pubertad, todavía no podemos estar seguros
en como esto se manifestará finalmente en su personalidad.
Parece
que el carácter de J evolucionó a partir de cualidades que eran
innatas. Su madre relata que J era muy exigente, insistente,
brillante y emocionalmente cambiante desde el nacimiento. Estas
cualidades naturales básicas se manifestaron de forma distorsionada,
exagerada y patológica en su impulsividad, agresividad, aguda
astucia y comportamiento de timador. J nació con una alta carga
energética y era por naturaleza risueñamente reactivo a los
estímulos internos y externos. Estas reacciones se volvieron en
defensas automáticas contra la ansiedad y fueron reforzadas aún más
por la incapacidad de los padres de lidiar con sus intensas
respuestas emocionales. Es importante señalar que J no tuvo una
crianza dramáticamente caótica, que a menudo se asocia con el
carácter impulsivo, pero la cantidad y tipo de disciplina que
recibió fue evidentemente inadecuada a sus necesidades
individuales.3
3.
El carácter se desarrolla a partir de las experiencias del individuo
que surgen de la interacción entre su naturaleza individual y el
ambiente y no a partir de los acontecimientos históricos específicos
que suceden.
Durante
más de 40 años Reich escribió “…el alboroto y la
hipermovilidad biopática son a menudo confundidas erróneamente por
el comportamiento natural” (6). Con J, esta distinción fue más
difícil de hacer que con otros niños porque su habilidad como actor
lo convertía un excelente engañador. Discernir lo natural de lo
biopático -expresión genuina del engaño- requiere la habilidad de
conocer y sentir la diferencia. Para comprender y manejar niños
como J, padres, maestros y terapeutas deben distinguir la expresión
sana y natural de los impulsos primarios de la impulsividad
patológica secundaria. La conducta típica de J tenía una cualidad
irritante, molesta, comparada con la expresión clara y vivaz de los
impulsos sanos. Ambos padres decían que no querían inhibir su
energía y vivacidad natural. Lamentablemente, este encomiable deseo
se convirtió en una racionalización de su fracaso para disciplinar
su comportamiento neurótico. La gratificación de sus impulsos
secundarios los reforzó e incrementó su tendencia a usarlos como
expresión defensiva. Por otra parte, se animó a los padres de J a
favorecer las salidas físicas racionales de su energía, que notaron
que después de duros entrenos de futbol y beisbol estaba más
calmado en casa.4
(Los
profesores de J también notaban que el comportamiento de J en clase
era mejor después de un espacio de ejercicio físico).
4.
La estructura y disciplina de estos deportes de equipo también
reforzó los cambios necesarios en su conducta.
( continúa )