A continuación tenéis el segundo de una serie de artículos escritos conjuntamente por nuestra compañera Eva Moya y el Dr. Carles Frigola. Este articulo ha sido publicado en el nº 51 de la revista bimensual Girosalut/ nº 06 BarnaSalut.
SENSACIONES, EMOCIONES Y
SENTIMIENTOS
LA CULPA
Por Carles Frigola y Eva Moya
Siguiendo con la serie de
artículos dedicados a los sentimientos y emociones humanas, hablaremos hoy del
implacable mordisco hacia uno mismo de la culpa. Intentaremos definirla,
explicarla y sobretodo…como curarla.
De definiciones encontramos una
larguísima lista sobre esta temida prisión emocional. Es como un peso que nos
invalida y nos chafa. Nunca duerme. Nunca descansa ni nos deja descansar. Se
prolonga tanto que nos da demasiado tiempo para reflexionar. Una reflexión
incluso persecutoria. ¿En que pensamos cuando sentimos culpa? Sentir culpa por
no haber hecho suficiente y evitar perder la pareja, un trabajo, un amigo...
¿Por qué sentimos esta losa tan
desagradable que nos lo roba todo?: la libertad a sentir de nuevo, de producir
nuevos sentimientos, de intentar nuevos proyectos. Roba el presente. Nos hace
esclavos de nosotros mismos. Obedeciéndola. Venerándola. Como el mismo Dios
judaico; recordando que la culpa es bíblica, “naturalmente”. Bien, sabido es que
de natural no tiene nada. ¿Dónde nace? ¿Cómo podemos convertirla en tan
omnipotente? Es nuestra deuda. Nos vigila, nos obliga, nos hace sumisos. Nos
reprime fuertemente en nuestro anhelo. Estricta, exigente, petrificada:
super-yoica.
¿Cómo explicar pues, el origen de
este sentimiento? Recordamos la biblia por ejemplo, en donde la culpa es
contemplada bajo una pátina religiosa. La conocida mancha del pecado original.
También puede tener un origen típicamente social: en donde una persona
responsable puede transgredir una norma o ley (moral, civil o penal) de la
comunidad en la que vive. Analicemos dos ejemplos que originan el sentimiento
de culpa: en primer lugar, nombraremos la horda primordial, aquella tribu
nómada, primitiva en donde se mata al líder y se lo comen. Después la comunidad
sufrió un gran sentimiento de culpa, individual y colectiva, que dio lugar como
consecuencia a normas (leyes, constituciones, etc.) para evitar la repetición
del crimen. El segundo ejemplo estaría en la situación en donde el niño pequeño
se siente desconsolado y culpable ante la posibilidad de que hubiera hecho daño
a la persona que lo quiere, la madre (Klein). En estas dos situaciones vemos
como se origina la culpa. Son las dos configuraciones en dónde encontramos
sentimientos ambivalentes. Es decir, sentimientos amorosos y sentimientos de
hostilidad.
Las dos representan como todo
vinculo pasa obligatoriamente por sentimientos de “doble corte”. Aprecio al líder,
incluso me gustaría ser como él pero a la vez
me molesta para conseguir lo que quiero. Se ha de aniquilar o derrotar
políticamente. Estos ataques, inevitables, a los objetos buenos, despiertan
ansiedad y sentimientos ambivalentes (amor-odio) que se pueden traducir por la
palabra: culpa. Un anhelo insatisfecho, proyecciones (fantasías) falladas…hacen
surgir también este sentimiento cuando nos damos cuenta que hemos hecho mal o
hemos perdido a la persona (objeto) amado. Toda esta amalgama de dobles
sentimientos tiene efecto igualmente en el tejido cultural y social. Por ejemplo,
los independentistas tendrían de sentirse culpables de serlo, si lo miramos
desde el punto de vista del Estado Español.
¿Cómo curarse de esta angustia
que nos deja respirar, que no nos deja vivir como querríamos? Nos ayudaría en
gran medida ser conscientes de lo que se oculta a un nivel secundario- más
profundamente que la fachada social- detrás de la culpa: rabia. Rabia no
expresada, no descargada. Reprimida. Esta rabia, en principio sana, no puede
atravesar la armadura caracterológica (defensa muscular, W. Reich).
Esta energía no puede llegar a la
superficie de la piel para obtener una respuesta emocional esperada. Por tanto,
choca contra la armadura y vuelve a nuestro interior transformada en culpa y enojo.
Este proceso se repite una y otra vez. Paralizando nuestras acciones: no dejo
la pareja porque siento culpa, o aún más duro seria sentir culpa porque la
pareja me ha dejado; no cambio de trabajo, no digo lo que pienso, etc.…Empezamos
a ser conscientes de que todo aquello no expresado, postergado en exceso nos
hace volvernos neuróticos. Abruptamente, surgen en nuestro cuerpo contracturas,
rigideces y otras somatizaciones. Existe toda una ciencia, la farmacología,
para paliar y disimular las molestias colaterales de la culpa. Se ha de tener presente
que nunca trabaja la raíz del conflicto.
¿Nos salvaría quizás maquillarla
en un viaje o unas exóticas vacaciones en un “paraíso emocional”? Buscando
sensaciones más que fuertes. Poniendo a prueba el propio cuerpo: mordiscos de
serpientes, insectos venenosos, selvas peligrosas, la suciedad, el sexo por el
sexo, elementos climáticos hostiles, etc. Todas estas situaciones (super-yoicas)
superadas y expuestas- envueltas- en forma de gesta que a menudo enmascara una
flagelación postmoderna de un alma en pena en un intento vacuo para eximirse de
la culpa. ¿O bien me libero “olvidando” como sugerimiento de “salud vigorosa” según
Nietzsche?
Bien, un sugerimiento seria, más
bien, retirar la inversión de energía en aquel objeto o vivencia que me hace
sentir culpa; en esta situación es necesario construir distancia. Separación
Atravesar un proceso de duelo del objeto siempre es una tarea lenta y ardua.
El silencio y la soledad (mental)
son ahora buenos aliados en este “poner orden” interno. También un buen acompañamiento
psicoanalítico (W. Reich). Lejos de distracciones, ellos nos ofrecen un espacio
mental seguro en donde revivir ideas y sentimientos para “trascenderlos”,
superarlos. Un espacio de contención, de protección en donde pueda “pagar” simbólicamente
la deuda de la culpa.
Analizar para deshacer y
desmontar aquello que me hace sentir culpable. Dejando ir la rabia que se
oculta detrás. La consecuencia inevitable: quedarse
solo. Esta soledad me obsequia un territorio de orden para poder leer con
una nueva luz y entender que ha pasado realmente. Es entonces, cuando se
expresa la rabia terapéutica, que inicia el orden interno. El orden es capital
para desvanecer y enjuagar la confusión. Licuando el movimiento de boomerang de
la culpa; restaurando progresivamente la tranquilidad en uno mismo.
Es en este lugar de calma, separados del objeto,
donde me regenero sin olvidar nunca. Esta consciencia, darse cuenta, comprender
viviendo la propia tristeza rompe la “compulsión de repetición” (Freud). Sólo
tomando consciencia pasando por un duelo del objeto se puede dejar de repetir.
Lo que en lenguaje vernáculo expresa: dejamos de tropezar dos veces con la
misma piedra.
Quizás, la experiencia diaria
seria más placentera si viviéramos en un tiempo más ligero, etéreo…más helénico.
Como lo orquestaban los maestros de la tragedia griega afirmando que al fin y
al cabo la culpa del mundo la tenían los Dioses.
En próximas ediciones de
Girosalut seguiremos hablando sobre la vergüenza que a menudo se confunde con
la culpa e intentar disolver poco a poco los estados de confusión emocional.
Carles Frigola es psiquiatra y
psicoanalista. Médico orgonomista.
Eva Moya es diplomada en
magisterio. Postgrado en comunicación.