Aquí tenéis la continuación del articulo que subimos al blog el día 13 de octubre. Como ya sabeis este artículo fue escrito por el Dr. Elsworth F. Baker y se publicó en la revista de Sciencies Orgonómiques 2º Année nº5- 1987 sobre un caso de lactancia materna. Saludos
APARICION
DE LA ANGUSTIA GENITAL
Seguí
manteniéndome en contacto telefónico con la madre; su hija no tenía ningún problema,
aseguró ella. Sin embargo, a los 22 días, en aquel momento yo estaba ausente,
el bebé vomitó y tuvo una fuerte diarrea; las heces, de 12 a 14 por día, eran
verdosas. Muy inquieta, la madre hizo lo posible por encontrarme y llamó finalmente al otro orgonomista que cuidó
de ella hasta que regresé.
Regresé
el día 24. La pequeña se movía sin cesar, lloraba casi continuamente, dormía
muy poco durante la noche y la lactancia
la apaciguaba momentáneamente. El tórax inmóvil, respiraba con el abdomen y lloraba sin vigor. Preguntando a la madre
descubrí que ella había estado muy angustiada ya que había sentido sensaciones
genitales que no pudo tolerar ni satisfacer. Concibió un enorme resentimiento y
se puso ansiosa. Se dio cuenta que estaba a punto de alejarse de su bebé, no
soportando incluso que la pequeña estuviera
cerca de ella. La sostenía en sus brazos con rigidez e incluso sintió
hostilidad con respecto hacia su primer
hijo. Ella se culpaba a sí misma de este comportamiento que consideraba
inaceptable para una “madre sana“ y se sentía profundamente culpable. Pasé mucho
tiempo explicándole que sus sentimientos no eran más que el resultado de su ansiedad genital, luego
empecé a liberar a la pequeña de sus bloqueos.
El
bebé parecía con problemas, infeliz, pálido, Apenas empecé a movilizarle el
tórax, ella empezó a llorar de rabia, pero reprimiendo aún sus sollozos en la garganta.
Después de haber estimulado el reflejo del vomito trabajando sobre los músculos posteriores del cuello y los músculos
paraespinales, su voz se aclaró, su rostro enrojeció de rabia y finalmente pudo
llorar libremente de rabia. Poco después
se durmió con un sueño tranquilo: su tórax funcionaba libremente.
El
día 28, volví a ver a la niña. La madre
me dijo que el bebé había estado bien durante dos días después de mi
tratamiento, había dormido bien durante la noche y parecía satisfecha después
de haber mamado (aunque ella continuaba sintiéndose ansiosa, culpable y, no tenía
ningún contacto con el bebé) pero que desde el día anterior había comenzado de nuevo como antes. Examiné a la pequeña: su tórax estaba pálido, su abdomen y sus piernas
estaban azulados; noté una ligera secreción en el ojo izquierdo y cierta
ausencia de contacto en su mirada. Su tórax estaba de nuevo inmóvil y la
diarrea persistía, aunque más débilmente. Una vez más movilicé su pecho y lloró furiosamente mientras su cuerpo se enrojeció
hasta la mitad del abdomen. Ella pareció inmediatamente más tranquila y
despierta. Examiné también a la madre que mostraba signos de estasis (energético).
Logré movilizar su energía y le expliqué con detalle que su insatisfacción sexual se encontraba en el
origen del resentimiento que había arrojado sobre su hija y que había provocado
la pérdida de contacto.
El
día 32, el bebé estaba visiblemente mejor. Lloraba vigorosamente. Su tórax era
móvil pero no respiraba todavía con libertad y tenía tendencia a “retenerse”.
Los músculos paraespinales y los músculos posteriores del cuello estaban muy
tensos. El abdomen y las piernas todavía conservaban algunos jaspeados azulados.
Ella seguía llorando y su madre había cogido el hábito de amamantarla, cada vez
más a menudo, con la esperanza de apaciguarla. Le expliqué que, si la pequeña
aceptaba el pecho tan seguido, no era por el apetito, sino porque ella también
estaba ansiosa y que esta ansiedad era el resultado de la pérdida de contacto.
Le dije que si ella era incapaz de garantizar a su hija el contacto que
necesitaba, era necesario que la confiara a su abuela o a su padre. Ella misma
había notado que su hija se portaba mejor cuando uno de los dos se ocupaba de
ella en lugar de ella misma. Liberé una vez más los músculos contraídos de la pequeña y su estado pareció mejorar.
Las diarreas habían prácticamente desaparecido. Cinco días más tarde ella tenía
mejor color, el matiz azulado se había disipado, el calor del cuerpo era bueno,
el tórax era móvil, aunque de manera incompleta, pero los músculos paraespinales
estaban tensos de nuevo. El abdomen
estaba bastante tenso y ella iba estreñida durante 24 h. Le volví a
movilizar el pecho y aconsejé a la madre que le irradiara calor en el abdomen –
durante breves periodos de tiempo – con el acumulador direccional de embudo.
El
día 46, cuando volví a ver al bebé, la madre me dijo que la pequeña lloraba
prácticamente todo el tiempo, no dormía por las noches, que necesitaba de una ½
hora para mamar y que tenía una evacuación irregular intestinal. Me dijo también
que, en cuanto a ella, que hasta hacia
15 días antes había estado satisfecha de
su vida sexual durante algunos días; el abrazo sexual le había proporcionado
primero un placer intenso terminando en ansiedad en el momento cumbre. A raíz
de este episodio se volvió terriblemente ansiosa y perdió todo el interés por
la sexualidad. Sin duda, ella estaba huyendo de su genitalidad para refugiarse
en el aburrimiento del “deber maternal”. Cuando examiné al bebé me sorprendió
su buena salud. Su pecho estaba caliente y móvil, no lloraba y su cuerpo estaba
muy flexible. Yo estaba prácticamente seguro de que el problema no era la niña sino,
solamente, la madre. Le expliqué que no podía alcanzar el ideal de la
perfección que se había impuesto y, que debía contentarse de ahora en adelante con
ser una madre ordinaria. Le pedí que alimentara a la niña a horarios regulares,
con intervalos de 2 a 3 horas. Le dije que no había necesidad de atormentarse toda
la noche con el pretexto de que la niña estaba llorando; después de asegurarse de
que no sufría, ella simplemente debía
dejarla llorar. Le di todos estos consejos para descargarla del peso en el que se había
convertido su hija para ella y con la esperanza de que de esta manera pudiera recuperar el
contacto perdido.
Ella
me telefoneó dos días más tarde para decirme que su hija había llorado mucho
durante la primera noche pero que, desde el día
siguiente, estaba contenta de chupar cada 4 horas y durmió gran parte de
la noche. Se sentía muy aliviada. El día 53, después de mi siguiente visita, me
enteré que la niña había estado muy bien durante casi toda la semana. Pero la
madre había perdido el contacto con su hija durante los dos últimos días ya que,
cuando lloraba, no comprendía lo que tenía (había vuelto a empezar a llorar
como antes). Sin embargo, la niña sonreía cuando yo la examinaba. Su cuerpo –
incluyendo el abdomen – estaba suave y ella respiraba libremente. No encontré
nada que necesitara un trabajo biofísico.
Todo fue bien durante tres semanas. La madre
me dijo que la niña había estado muy feliz, que se despertaba sonriendo, mamaba
regularmente cada cuatro horas y dormía toda la noche. Ella misma se sentía
feliz y relajada.
( Continúa. . .)