( Continuación)
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He tenido la suerte, si uno quiere, la mala suerte,
de haber comprendido este hecho, no como la mayoría hacia 1942 solamente, sino
ya en 1927, y de haber empezado entonces a estudiarlo. El primer contacto con
la irracionalidad humana fue para mí un choque inmenso. Es increíble que yo
haya sobrevivido sin volverme mentalmente enfermo. Se ha de comprender que esta
experiencia me golpeo en plena adaptación a las formas de pensamiento comunes.
Yo pasaba- sin tener una noción de lo que estaba en juego- por una clase de
“estado inevitable”, es decir por un estado que se convirtió en muy familiar estos diez últimos años para todo
neófito en economía sexual y en orgonomía. Es así como uno puede caracterizar
mejor este estado: es como si uno
percibiera de un golpe la nihilidad científica, la absurdidad biológica y la nocividad
social de ideas y de instituciones que hasta aquí habían parecido del todo
completamente naturales y evidentes. Es una clase de experiencia de “fin
del mundo” que encontramos tan a menudo en esquizofrénicos en su forma patológica.
Me gustaría pensar que la forma esquizofrénica de la enfermedad mental se
acompaña generalmente de un destello de
lucidez acerca de la irracionalidad de los procesos sociales y políticos, y
especialmente de la educación de los niños. Lo que nosotros llamamos el
verdadero “progreso cultural” es esencialmente el resultado de dichos destellos
de intuición límpida. Rousseau, Voltaire, Pestalozzi, Nietzsche y muchos otros,
han sido los representantes. La diferencia entre la experiencia del esquizofrénico y las intuiciones de los creadores
poderosamente originales consiste en que las intuiciones revolucionarias
despliegan sus efectos prácticos durante largos periodos, a menudo durante
siglos. En el curso de las revoluciones sociales tales como aquellas de 1776 en
América, de 1789 en Francia, de 1917 en Rusia, éstas son visiones racionales
similares que invadían la sensibilidad de millones de persones. Con el tiempo,
las “verdades radicales” se hacen tan obvias como lo fueron en el pasado las
ideas y las instituciones irracionales. Que las visiones racionales conducen a
depresiones en el individuo, o a una transformación racional de las condiciones
sociales, esto depende de numerosas circunstancias. En el individuo esto depende
ante todo de su capacidad genital y de
la organización racional de su pensamiento; en las masas, la salida depende de
la integración del saber científico a las necesidades sociales. Es bien
conocido que una intuición válida puede surgir prematuramente en un individuo,
antes que el proceso social haya alcanzado el mismo grado de madurez. La
historia de las ciencias y del desarrollo cultural proporciona muchos ejemplos.
El eje del libro “Los Hombre en
dificultad”, es el bloqueo de los procesos vitales simples y naturales por la
irracionalidad social que, producida por seres enfermos, está anclada en el carácter
de las masas humanes y adquiere así una importancia social. No es la
organización racional existente de la vida social, sino al contrario la producción continua de irracionalismo político,
que es una obra gigantesca. Es un problema verdaderamente diabólico. La energía
biológica que a lo largo de una vida esta empleada de forma irracional en una
biopatía podría, si ha estado dirigida racionalmente, resolver los grandes
enigmas de la existencia humana. Ningún bio-psiquiatra en ejercicio puede
escapar a esta conclusión. El sueño de una vida social mejor sigue siendo solo
un sueño por la razón de que el pensamiento y los sentimientos humanos están
cerrados a las funciones simples y todas funciones cercanas a la Vida. Este
punto de vista central concerniente a los procesos vitales de una democracia el
trabajo emergió espontáneamente en el curso de los acontecimientos.
Durante años, hice personalmente el experimento de
la irracionalidad social en Europa central. Más tarde en tanto que medico e
investigador científico, lo he sufrido personalmente de los demás. Durante años
yo fui simultáneamente un hombre político (es decir un hombre que se interesa
activamente de los asuntos sociales) y un trabajador, sin tener conciencia de
la incompatibilidad entre el trabajo y
la política. El político en mí sucumbió, mientras que el medico, el
investigador y sociólogo no solamente soportaron el caos social sino que
incluso sobrevivieron. Yo tuve la ocasión de seguir sobre el terreno, y de
sufrir personalmente el desarrollo de numerosas catástrofes políticas: el
hundimiento de la monarquía austriaca; la breve dictadura de Hungría; la breve
dictadura de Múnich; la caída de la social democracia austriaca, y de la
República austriaca; el nacimiento y la caída de la República alemana. He
vivido las emigraciones húngaras, austriacas y alemanas. Más tarde seguí el
colapso de Checoslovaquia, la caída de Polonia, de Holanda, de Bélgica, de
Dinamarca, de Noruega y de Francia. Yo he tenido lazos personales y
profesionales con todos estos países. En todo este desastre político, un solo
hecho emergía: tan pronto como un político había cruzado las fronteras de su
país, se volvía inútil y no podía echar raíces en la sociedad, si por otro lado
un trabajador pasaba las fronteras de su país podía recuperarse en cualquier
otro lugar más o menos rápido, a menos de ser excluido profesionalmente y
materialmente por los políticos.
( Continua...)