Con nuestros mejores deseos para este Nuevo Año 2023.
Empezamos el año poniéndonos al día y subimos al blog las entradas que teníamos pendientes de publicar y que completan la entrada del día 13 de noviembre del 2022.
Después de haber llegado a saber los procesos de formación de
la coraza, estamos asombrados de no haberlos podido discernir antes. Una joven
madre remarca que cada vez que va con su marido y su marido y su niño pequeño a
casa de sus suegros, su niño ya no está como de costumbre. Nota una rigidez en
la espalda. No se había dado cuenta antes. Sabe únicamente que estas visitas
perturban las horas de comer de su hijo. La joven madre ha necesitado semanas
para disipar el malestar de su hijo, mirándole muy a menudo a los ojos con
dulzura e intensidad. La facilidad con la que uno puede acorazar a los niños
pequeños es flagrante. Uno puede darse cuenta de que para los adultos es
también fácil, es suficiente con ver con que rapidez nos aquejan dolores de
cabeza cuando algo no funciona bien. Una vez uno de mis pacientes para
describir mejor la coraza de uno de sus parientes, un bebé de tres meses que
tenia ya el cuello y las espaldas bien rígidas y las extremidades heladas, se
exclamó: “Esta bien desarrollado para su edad tanto sobre el plan fisiológico
como neurótico.”
Si tuviéramos de representar gráficamente el efecto de la
coraza, dibujaríamos una vesícula teniendo pulsaciones libres, una medusa, por
ejemplo. Observamos durante algún tiempo como se deja deslizar con gracia.
Tiene movimientos rítmicos de contracción y de expansión. Que belleza, que
simplicidad, que orden lógico en esta danza rítmica, en esta pulsación que uno
encuentra en toda la naturaleza no acorazada: los pequeños saltos del oso, la
ameba que avanza estirándose, los movimientos peristálticos del intestino en
los mamíferos, la contracción y la expansión del corazón, la ondulación de una
serpiente de las arenas. El hombre acorazado dirá: “el movimiento de esta
serpiente me asusta, por otra parte, la medusa y el latido del corazón me
impresionan tanto!”
Para demostrar los efectos de la coraza pongamos una banda
elástica a, medio cuerpo de una medusa. La belleza de pulsación desaparece. La
pulsación que previamente era completa y sin obstáculos da paso a una pulsación
irregular y espasmódica. El funcionamiento del animal depende ahora de la
construcción realizada por la banda elástica, mientras que antes reaccionaba en
armonía con el océano en que vivía. El animal constreñido ha perdido todo contacto directo con el
cosmos, en lugar de ser bello, es un horror. La banda elástica no solamente ha impedido
la pulsación fisiológica del animal, sino que prácticamente lo ha transformado
en otra criatura, ya que ha afectado a la totalidad de su funcionamiento.
La coraza altera las funciones humanas de la misma forma que
la banda elástica altera las de la medusa. Los impulsos más inocentes se
vuelven torcidos y deformados. La coraza transforma a un hombre con sentimientos
religiosos naturales (deseo ardiente de pertenecer al cosmos) en un hombre para
el cual la circuncisión y la abstinencia sexual son los deberes religiosos. La
coraza transforma la mirada de unos ojos profundos e intensos, como la de los
niños pequeños, en miradas furtivas y huidizas. La agresividad natural que
sirve para superar los obstáculos y las adversidades, que nos empuja a explorar
a nuestro alrededor, se vuelve un instrumento del odio y la acumulación de
riquezas. Nuestros cuerpos pierden su flexibilidad y su gracia para volverse
rígidos, sin aliento, dispépticos y estreñidos. Nuestra coraza nos desfigura
tanto literal como espiritualmente.
Retomando el ejemplo de la medusa y de la goma elástica,
podemos ilustrar otros aspectos del mecanismo de la coraza. En el caso de que
sólo haya una banda de goma y esté bastante suelta, el organismo podría
funcionar casi tan bien como el de la medusa, aunque de alguna manera
discontinua y dolorosa. Pero en el caso de que hubiera muchas bandas que
dividieran la medusa en muchos segmentos, o incluso una sola banda muy amplia y
tensa hasta el punto de casi cortar el animal en dos entonces el funcionamiento
de este estaría gravemente alterado hasta el punto que sólo le quedarían las
energías necesarias para sobrevivir. Es la condición en la que se encuentran la
mayoría de las personas de este planeta. Aquellos que únicamente están un poco
acorazados o en los que el organismo funciona de manera más unitaria pueden
ejecutar un trabajo que dé frutos y pueden gastar sus energías, ya sea en buena o mala manera, mientras que la gran
parte de la población que está muy fuertemente acorazada a dejado de luchar y
lleva una existencia plana, aburrida y árida. Estas personas son las mas enfermas,
no los psicóticos perturbados o los neuróticos quejosos.
Por razones teóricas podemos considerar la coraza ya sea
desde el punto de vista psicológico o desde el punto de vista somático. Tomemos
el caso de una persona inerte y consideremos la
de forma unilateral, es decir bajo el aspecto puramente psicológico. Su
vida no es más que una rutina monótona. Trabaja mecánicamente en un trabajo
mecánico. Llega a su casa bebe un trago o dos, se pega delante de la tele y a
menudo se duerme viendo un programa. Todos los sábados y los días de fiesta se
acuesta con su mujer; todos los viernes se para en el café de la esquina para
ir a tomar un trago con sus amigos y después entra en su casa siempre un poco
ebrio. Cada domingo duerme hasta tarde o va a hacer sus apuestas y pasa el día
mirando un partido de futbol en la tele. Cada año va a pasar dos semanas de
vacaciones a la orilla del mar, siempre en el mismo apartamento. Está
“satisfecho” con su mujer, pero apenas se da cuenta de su presencia salvo
cuando ella provee para las necesidades rutinarias de la casa. Sus hijos lo visitan
cada dos o tres meses, y, una vez que se ha informado de su salud y de su
trabajo, no tiene mucho más que decir. Sólo un buen partido en la tele puede
hacerle salir de su letargo habitual. Dice no tener prejuicios, pero se
inquieta si los magrebíes vienen a instalarse en el vecindario. Entonces se
preocupará por sus bienes materiales, partiendo del principio “que es mejor que
cada uno se quede en su propio país”. Nada le perturba realmente, ya sea de una
forma positiva o de una forma negativa, por lo que puede decir fácilmente: “Yo,
no me quejo”. Odia las peleas y no molesta a nadie, lo que le hace decir,
además: “Yo los dejo tranquilos y ellos me dejan tranquilo”. El ha estado
siempre satisfecho hasta el día que tiene un pequeño accidente de trabajo. A
partir de este momento empieza a sentir poco a poco aprehensión delante de su
máquina, hasta el punto de volverse pánico a la idea de incorporarse al trabajo
y debe confeccionar excusas increíbles para quedarse en casa. Su herida va a
tocar el fondo de su misma agonía y lo ha sacudido del letargo extremo en el
que vivía. Algún otro habría podido tener el brazo cortado y haber tenido una
reacción psicológica totalmente diferente, por ejemplo, caer en una apatía
extrema. Consideremos ahora el aspecto puramente físico de la coraza de este
hombre. Los ojos son apagados e incapaces de contacto. Sólo pude seguir con
gran dificultad con su mirada un objeto en movimiento. Su cara es una verdadera
máscara de cortesía, con los rasgos marcado por la edad y no por el carácter.
Los músculos de su cuello están flácidos y
faltos de tono. Le es imposible provocar el vómito incluso si el
introduce sus dedos en el fondo de su garganta. Su pecho a penas se mueve
cuando respira: no importa lo mucho que se esfuerce en respirar profundamente,
no lo puede movilizar. El abdomen está duro. La pelvis no vibra. Es el mismo
cuadro sobre el plano del comportamiento y sobre el plano físico. Apenas vive,
aunque pueda continuar su existencia física todavía durante muchos años.
Un examen más profundo puede mostrar la identidad funcional
de la coraza caracterial (psicológica) y de la coraza muscular (somática). Para
hacer salir la ansiedad que encierra la coraza, se puede intervenir de dos
maneras, bien sobre el plano caracterial o sobre el plano somático. Sobre el
plano caracterial, en el caso de un paciente que no soporta la hostilidad, y la
esconde debajo de una fachada de sumisión y pasividad, el terapeuta probará de
provocarla verbalmente y se burlará de su debilidad de carácter. Si esta
provocación es eficaz, el paciente comenzará a reaccionar con colera. Durante
esta reacción la angustia se manifestará por manos sudorosas y frías y una taquicardia (aumento del ritmo
cardiaco). Sobre el plano somático, el terapeuta intervendrá directamente la
coraza al nivel de los hombros apretándolos muy fuertemente. Mientras que antes
el paciente, cuando tenia que golpear el colchón con cólera, lo hacía sin
fuerza y sin convicción, ahora el empieza a golpear con fuerza mientras
refunfuña: “Vete a la mierda!!Vete a la mierda! El enfermo está asustado por su
propia hostilidad, su cuerpo está recubierto de dolores fríos, sus pupilas
están dilatadas.
La coraza caracterial o muscular, apacigua la ansiedad: tiene
por función restablecer un cierto equilibrio en el organismo. Todo esto se hace
a expensas de la intensidad de sus relaciones con el mundo exterior y con su
propia esencia. En el ejemplo que acabamos de citar, el paciente no era
consciente de su propia hostilidad y no era capaz de expresarla cuando la
necesitaba en su vida corriente. Para su tranquilidad había perdido toda
reacción espontánea y su capacidad emocional de había reducido
considerablemente. Lo que le caracterizaba, era su capacidad de ser indefectiblemente
amable, incluso hasta el aburrimiento, en lugar de comunicarse con la gente de
una forma franca y viva. Un contacto
distorsionado y artificial con los otros
remplazaba el contacto sincero y autentico: este contacto sustitutivo era una
fachada detrás de la cual se ocultaba su verdadera personalidad. Su pulsación
no tenía nada que ver con la de la medusa y la de la ameba.
Tomemos el caso de un individuo fuertemente acorazado al
nivel de los ojos, con un pecho rígido y que se encuentra súbitamente privado
de un ser querido. Un observador atento podrá predecir con facilidad que este
individuo reaccionará poco o no del todo sobre el plano afectivo a tal
situación. A lo sumo se sentirá molesto, incomodo, por el brusco cambio en sus hábitos
que esta perdida ocasionará. Pero este ejemplo no es muy apropiado ya que una
persona acorazada ni siquiera puede amar a alguien. El individuo no acorazado
que se encuentre en las mismas circunstancias podrá reaccionar de diversas
maneras. Podrá retirarse en la soledad con el fin de concentrarse en su pena,
sin estar molesto por las personas que quieren reconfortarlo a todo precio;
podrá llorar durante horas, incluso días enteros, podrá meditar sobre el
sentido de la vida y la muerte, o bien podrá buscar encontrarse amigos cercanos que compartirán con él la
profundidad de sus sentimientos. El único elemento previsible de su
comportamiento es su profunda convulsión frente a la experiencia de la muerte;
pero de alguna forma reaccionará, esta será totalmente imprevisible. La
diferencia con la persona acorazada y la no acorazada es la misma que existe
entre una línea recta y una de curva variable.
Desde que el hombre se dio cuenta que era muy útil acorazarse
de una forma temporal, ha estado tentado de hacerlo más a menudo. Por ejemplo,
un niño pequeño que sufre se da cuenta que reteniendo su respiración la
intensidad de su dolor disminuye. Cada vez que experimente dolor retendrá su
respiración, incluso si su dolor es menos fuerte. Si uno no para este proceso a
tiempo, el niño desarrollará un pecho acorazado desde su primera infancia y
este acorazamiento le permitirá disminuir la intensidad de todas las
experiencias afectivas dolorosas. Una vez adulto vivirá de forma a evitar
cualquier situación que pueda hacerle sufrir, estará totalmente acorazado y,
desgraciadamente, su participación en las experiencias de la vida será
extremamente limitada. Cuando tenga niños, estará en la incapacidad total de
sentir y comprender sus penas. A su vez, los niños, sin el sostén de sus padres
en sus momentos dolorosos, aprenderán enseguida a acorazarse.
( continúa...)
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