martes, 11 de febrero de 2025

La Impulsividad y su relación bioenergética con el TDAH

Os compartimos en esta ocasión la traducción este articulo del Dr. Peter A. Crist que ha sido realizada por nuestro compañero Roger Falcó.

También nos ha escrito una breve presentación del artículo.

A continuación presentamos el caso de J, un paciente de 6 años de edad que fue llevado por los padres a un médico orgonomista en busca de tratamiento de los problemas de déficit de atención e hiperactividad de su hijo.




La impulsividad y su relación bioenergética con el TDAH

Dr. Peter A. Crist

Journal of Orgonomy (1995), Vol 29, nº 2.

The American College of Orgonomy


Traducción del inglés de Roger Falcó Vilar

Las distracciones, la inquietud y la impulsividad son a menudo observadas en niños.

Como problemas, son los síntomas más frecuentes en niños atendidos por profesionales de la salud mental (1). Con el paso de los años, esta constelación de síntomas ha tenidos varias designaciones, como disfunción cerebral mínima, síndrome hipercinético y trastorno por déficit de atención. En la actualidad, muchos de estos niños son diagnosticados de Trastorno por Déficit de Atención y/o Hiperactividad (TDAH).

El TDAH está recibiendo una amplia atención por parte de psiquiatras, neurólogos, psicólogos, educadores, padres y el público general. Millones de dólares son dedicados a la investigación (2). La literatura ha publicado numerosos libros y artículos, incluyendo unas cuantas portadas de revista científica en los últimos años (3). Aun así, con todo este contenido escrito y presentado científicamente, el debate sobre la causa y el tratamiento más efectivo para el TDAH continúa. ¿Es el TDAH un trastorno físico o psicológico? ¿Están estos niños enfermos o son simplemente jóvenes normales? ¿Es un problema inherente a los niños/as o es resultado de una crianza inadecuada, en particular en la falta de disciplina por parte de los padres (¿se nace o se hace?) ¿Representa el diagnóstico del TDAH una entidad patológica propia? Sin embargo, entre todas estas observaciones y opiniones, está generalmente aceptado que la impulsividad es uno de los problemas clave en aquellos diagnosticados de TDAH.

Antes de aceptar una nueva terminología diagnóstica como el TDAH, sería conveniente revisar el conocimiento sólido y bien establecido. El estudio de referencia de Reich sobre el carácter impulsivo hace más de setenta años aún prevalece como una base sólida aplicable a partir de la cual entender las dinámicas emocionales de la impulsividad (4). Una revisión del trabajo posterior de Reich sobre las biopatías y la relación entre las emociones y el sistema nervioso autónomo ayudará a fundamentar nuestra comprensión sobre un trastorno que es de hecho biológico, producto de la perturbación de la función energética.

El caso de un niño tratado con terapia médica orgonómica proporcionará un punto de partida para una discusión general sobre la comprensión caracterológica y bioenergética de la impulsividad y su relación con el TDAH. Veremos también cómo esta aproximación terapéutica se compara con el tratamiento estándar, que casi invariablemente incluye la administración del fármaco Ritalin en combinación con la terapia conductual.


Presentación del caso

J fue evaluado a los seis años y medio de edad al final del curso escolar. Sus padres adoptivos estaban preocupados por un patrón de problemas de comportamiento en casa y en la escuela de larga evolución. Los problemas eran evidentes incluso antes de la escuela primaria, pero se acentuaron en los primeros años de ésta. J era disruptivo, inquieto e inatento en clase. En casa no escuchaba a sus padres, era irrespectuoso, arrogante y mentía con frecuencia. Si quería algo, simplemente lo cogía. Fue sorprendido con objetos valiosos sustraídos del escritorio cerrado con llave de su padre y con dinero del monedero de su madre. Era inteligente para localizar las llaves sin que los padres se dieran cuenta. Fue encontrado también con juguetes que pertenecían a otros niños, los cuales decía que le habían sido dados en la escuela o en visitas en encuentros para jugar. La mayoría de estas explicaciones resultaron ser invenciones.

J era obstinado. Si quería hacer algo simplemente lo hacía. Si por ejemplo se le pedía que esperara antes de salir a jugar, salía de todos modos. Si se le detenía, se escabullía por la puerta trasera o se enfadaba y gritaba, tiraba cosas y daba portazos. Se enfadaba especialmente cuando se sentía frustrado y se comportaba de forma vengativa y disruptiva. Mientras se saliera con la suya no habría pataletas, pero siempre estaba inquieto. Sus padres decían que a veces también era dulce, colaborador y cariñoso. Sin embargo, no confiaban en esta parte de la naturaleza de J, atribuyendo su buen comportamiento a intentos de manipularlos.

En ocasiones era capaz de mantener la atención en actividades que escogía. Una revisión acurada de cómo se comportaba y bajo qué circunstancias reveló su conducta obstinada y egocéntrica estar relacionada con su incapacidad para controlar los impulsos, especialmente aquellos que tenían que ver con la agresividad y la búsqueda de gratificación. El chico rara vez mostraba sentimientos genuinos hacia los demás.

J fue adoptado al nacer. No hubo problemas conocidos durante el embarazo ni el parto. Logró las metas de desarrollo físico a tiempo o ligeramente antes. Sin embargo, emocional y temperamentalmente su madre adoptiva informaba que siempre le había parecido inmaduro, demandante e impaciente. Cuando J era un bebé, por ejemplo, ella siempre tenía que llevar consigo un biberón ya que haría una pataleta si no era atendido inmediatamente. Cuando era un niño pequeño y en edad preescolar, siempre llevaba galletas o zumo porque incluso cuando ya era mayor, hacía pataletas si tenía hambre o sed.

La familia estaba formada por el padre, la madre y una hermana menor, también adoptada. El padre era un hombre de negocios ocupado y adicto al trabajo. Trabajaba de ejecutivo en una empresa y tenía severos problemas cardíacos. Rara vez estaba en casa, excepto cuando se veía obligado por sus problemas de salud. Como hombre de negocios práctico, era bastante escéptico acerca de la terapia. La madre, una activa ama de casa con múltiples responsabilidades estaba muy involucrada en las actividades diarias de los niños.

Los padres tenían actitudes opuestas hacía J. El padre imaginaba el peor de los escenarios y expresaba que si J se comportaba así ahora, qué pasaría cuando entrara en la adolescencia. Le preocupaba que J se viera involucrado en problemas de drogas o alcohol y terminara en la cárcel. “¿Si nos roba cosas a nosotros y a los chicos de la escuela ahora, qué comportamiento criminal tendrá en el futuro?” Encontraba incomprensible el comportamiento de J ya que era muy distinto de su actitud trabajadora y cumplidora de las leyes como joven. Él quería solucionar los problemas de J de forma que no interfirieran más en la familia y en la paz y tranquilidad que deseaba en el único refugio de su frenética vida de trabajo. Tendía a ser crítico, severo y arbitrario a la hora de poner castigos, pero a menudo no estaba presente a la hora de hacerlos cumplir. Mientras tanto la madre, intentado ser comprensiva, a menudo excusaba a J y era indulgente con él. Por lo general, pensaba que era sólo un chico movido que con el tiempo superaría su mal comportamiento. Su estilo disciplinado permitía a J continuar con su comportamiento hasta hacerla enfadar. Luego ella le gritaba. A menudo lo amenazaba con un castigo por su comportamiento, pero después, delante las pataletas y explosiones de enfado de su hijo, no era capaz de cumplirlo. En la comprensión de los padres del comportamiento de su hijo y de sus métodos para intentar lidiar con él había elementos racionales: el padre quería detener el comportamiento neurótico de J y la madre quería conseguir contacto emocional con su hijo. Para complicar aún más las cosas, como no es de extrañar, los padres tenían significativas tensiones maritales sin resolver que a menudo les impedían cooperar el uno con el otro. En su lugar, tendían a discutir cual era el estilo educativo correcto. Ambos reconocían que el comportamiento de J era mejor cuando estaba solo con el padre. El padre mencionó esto como evidencia que él sabía mejor como tratar a J. La madre hacía referencia a este hecho como prueba que J necesitaba tener a su padre más cerca (una de sus quejas maritales era la poca disponibilidad de su marido). Con su energía, persistencia, perspicacia e ingenio, J sabía utilizar esta falta de unidad a su favor.

Desde los cinco hasta los seis años y medio, los padres habían llevado a J a numerosos psicólogos y otros profesionales de la salud mental, con la percepción de escasa mejoría. Recientemente lo había visto un neurólogo pediátrico que le había diagnosticado TDAH y les había recomendado comenzar a tratarlo con Ritalin. Los padres querían otra opinión. La madre en particular estaba indecisa sobre el uso de la medicación y quería una evaluación para valorar qué más podía hacerse.

En la evaluación inicial J era un chico vivo y brillante con una actitud responsable. Me hablaba como si me estuviese entrevistando. Empezó a hablar más rápidamente y con presión en el habla cuando intentaba confrontarlo o lo animaba a expresar sus sentimientos. Era intenso, cautivador y expresivo, pero emocionalmente frío y distante. Tenía una fachada superficial, de tipo duro y timador. Aunque no estaba en contacto con sus emociones, lo movían sentimientos perturbadores. En la mayor parte era ansiedad, aunque externamente mostraba muy poca incomodidad. Tenía la impresión de que estaba constante y agudamente atento a mis reacciones a todo lo que decía. Su mente era rápida y hablaba con gran autoridad, pero cambiada rápidamente de un tema a otro sin una dirección clara. Cuando le preguntaba por sus emociones, su pensamiento se volvía circunstancial, incluso tangencial de una forma controlada. Sus expresiones emocionales eran vivas y cambiantes pero desposeídas de calidez y conexión humana. Cuando se le preguntaba sobre hechos, podía parar atención, concentrarse y recordar detalles adecuadamente. No obstante, cuando se le preguntaba por la relación con la familia se distraía y giraba la atención a cualquier otro tema. Si inteligencia parecía por encima de la media. No se observaron indicios de otros déficits cognitivos. En esta primera sesión de evaluación se comportó bien excepto por su excesiva tendencia a hacerse cargo de la situación.

Cuando se le informó de tumbarse en el diván de terapia, pareció brevemente desconcertado e incómodo. Rápidamente recuperó la compostura, se sentó con las piernas cruzadas en medio de diván y empezó a hablar sin interrupción. En un estilo maduro y usando vocabulario de adulto, me contó sus planes con los árboles, arbustos, el jardín en su nueva casa y de todas sus conversaciones con el arquitecto paisajista. Cuando le dije nuevamente de tumbarse, lo hizo mientras me miraba con una mirada recelosa. Un sutil indicio de ansiedad apareció momentáneamente en sus ojos. Inmediatamente se reincorporó a la posición sentada y empezó a decirme las actividades deportivas que le gustaba hacer. Después de varios intentos de hacer que se tumbara en el diván, primero preguntándole, después diciéndole, luego exigiéndole, finalmente lo empujé suavemente y lo mantuve recostado mediante suaves empujones con mi mano cuando intentaba volver a sentarse. Incómodo e inquieto, cruzada y descruzaba brazos y piernas.

En el examen biofísico, sus ojos tenían una expresión desafiante. Eran móviles a la hora de mirar alrededor de la habitación, pero cuando le pedí que siguiera mi dedo mientras lo movía delante suyo, tubo algunas dificultades. A menudo se avanzaba a mi dedo e intentaba anticipar hacia dónde iría. Su región occipital era tensa y blanda. La armadura en los músculos de su mandíbula era moderada. Su voz tenía un tono tenso y forzado, ronco de alguna forma. Mantenía el cuello rígido, con una tensión considerable en los músculos esternocleidomastoideo. Intentaba mantener su pecho en posición de inspiración, pero se movía adecuadamente cuando respiraba.

Los músculos intercostales eran muy cosquillosos, especialmente debajo de los brazos. Tenía una tensión marcada y una hipertrofia moderada de la musculatura torácica paraespinal. Su abdomen era tenso y cosquilloso. La pelvis estaba rígida. Las piernas tenían un volumen muscular normal, pero parecían algo tensas y cosquillosas. Era ágil y rápido en sus movimientos a pesar de la rigidez de su cuerpo.


( Continúa...)