sábado, 17 de diciembre de 2011

EL NIÑO SANO Y LA ESCUELA ENFERMA

 Han pasado ya 27 años desde que el siguiente artículo fué leido en la 4ª Conferencia Internacional de Orgonomia. Munich (RFA), Junio de 1984, y 27 años de la publicación del articulo " La sexualidad en los adolescentes". A pesar del paso del tiempo ambas cuestiones continuan siendo de actualidad y en gran medida ignoradas.

EL NIÑO SANO Y LA ESCUELA ENFERMA

Dr. Giussepe Cammarella

Médico orgonomista, Niza

Miembro del Colegio Americano de Orgonomia



El niño sano y la escuela enferma…o la POESIA contra el REGLAMENTO, tal es el tema de este artículo en el que trataré de describir las reacciones de un niño sano bajo la consideración de una escuela que se opone a su naturaleza.

El universo del niño, durante los tres primeros años de su vida, ha estado colmado de amor, de atenciones, de alegría y de entusiasmo. Ha conocido con su madre una fusión absoluta sin reticencias ni angustias y vivido en un paraíso terrestre, libre de moverse, de brincar, de descubrir, de satisfacer su curiosidad. Ningún fallo enturbiaba su harmonía consigo mismo y con todo lo que le rodeaba. Su confianza y su coraje nacían y aumentaban puesto que recibía constantemente estímulos y aprobaciones. Se veía realmente observándolo que el mundo le pertenecía, que su felicidad era total. Se sentía bien en su piel, amaba la tierra, las flores, los animales. Aprendía a conocerse y a conocerlos. En esta época el sólo era el maestro de su escuela y cuando vacilaba, sus ojos ponían preguntas a las cuales su entorno respondía. Buscador natural, descubría siempre alguna cosa nueva. ¡Y que gritos de alegría con cada descubrimiento ¡ Lo compartía con los demás, corriendo a buscarlos y les provocaba para mostrarles lo que acababa de ver. Todo lo que ocurría, todo lo que miraba era objeto de su atención. ¡Que profunda era su mirada cuando buscaba comprender aquello que era nuevo! Su interés se apagaba a veces rápido pero también podía durar horas enteras. Todo era juego o devenía pretexto y encontraba siempre alguien que no podía rehusar de jugar con él, entiendo aquí a un adulto que se deleitaba de ver a este pequeño ser desarrollarse, que se deleitaba en observar su inteligencia siempre creciente, a hablarle con la mirada, a hablarle con su corazón, y a envolverle con sonidos que amaba. Este era un mundo tranquilo y transparente donde todo era claro y definido donde el niño estaba sólidamente arraigado. Sociable por naturaleza, tendía sus brazos a todos y encontraba en cada rostro alguna cosa a descubrir y a tocar. Vivía en paz con su cuerpo puesto que sabía extraer el máximo de placer, su sueño era pacífico y comía con gusto. Crecer era para él una alegría que sentían también aquellos que le veían crecer.

Llegó la época en que nació su interés por los otros niños o mejor dicho fueron sus juguetes los que atrajeron primero su atención. El ofrecía espontáneamente los suyos pero los otros le rechazaban los suyos. Estaba perplejo, no sabía explicarse porqué. Corría a veces con entusiasmo hacia los otros niños pero ocurría que estos se retiraban, le huían, como asustados por esta expansión, por este impulso. Esto no disminuía su placer de estar y jugar con ellos. Se ponían a veces a jugar juntos luego él se quedaba sólo, las otras madres no permitían a sus hijos hacer esta o aquella cosa, de tocarse de ensuciarse. Y se leía ya el deseo en los ojos de estos niños que le veían ir i venir libremente, sin que nadie le dijera que hacer o donde ir. Entonces interrumpía de repente su juego, corría hacia su madre y buscaba su pecho para mamar. Era al aire libre y el sol los acariciaba a los dos. ¡Que estupor en los ojos de los otros niños! Para ellos este contacto era ahora un recuerdo lejano. A pesar del miedo, del deseo, el asombro, ellos se sentían irresistiblemente atraídos por él, le seguían como si el tuviera el poder de un imán. Ellos parecían recibir de sus vibraciones una vitalidad constante.

A medida que crecía su universo se amplificaba, se enriquecía y un día le acompañaron al jardín de infancia. No tubo ninguna dificultad en habituarse a los rostros y a los nuevos juegos, ni a separarse de su mamá. Incluso si ella se quedaba cera de él los primeros días, él estaba de tal forma arrebatado por lo que hacia que no le prestaba ninguna atención. Todo llegaba de una forma tan gradual, tan dulce, tan impregnada de amor que se adaptaba a aceptar todo sin problemas. Su sensibilidad, su apertura, su interés y su madurez impresionaban a las educadoras. Ellas se enfrentaban a menudo a niños con problemas, distraídos, apáticos y amorfos que les imponían un esfuerzo constante para suscitar en ellos cualquier interés.

Ellas sentían que estos niños absorbían su energía y, al finalizar la jornada, estaban agotadas. Con él, no era este el caso; él era cuidadoso, independiente y ellas experimentaban el placer de su compañía y el de ocuparse de él. Esto creaba problemas de celos. Educadoras y padres eran conscientes de estos celos pero el niño no hacia caso; sin duda no llegaba aún a hacer una neta distinción entre el mundo exterior y aquel que era el suyo, sin duda no conocía aún este sentimiento que le era extraño, los celos.

La dimensión reducida de las clases del jardín de infancia permitía unos referentes casi individual entre los niños y las educadoras que intervenían y tranquilizaban la atmosfera cuando se sentía que era necesario. La madre tenía confianza en ellas, ellas tenían confianza en el niño que, seguro de su madre y de sus educadoras, continuaba creciendo y desarrollándose sin problemas. Esta era la situación ideal.

. . . Pero hay circunstancias menos favorables donde, por razones diferentes, las educadoras empiezan a sofocar al niño imponiéndole códigos morales, trasmitiéndole su ansiedad y sus temores. Llegan incluso a pegarle si transgrede “sus” reglas de comportamiento o si no se adapta o si osa manifestar abiertamente sus emociones, sus simpatías o antipatías. Pueden incluso amenazarlo evocando simplemente el lobo feroz, el cuarto oscuro o el policía.

Algunos niños están en el jardín de infancia todo el día hasta que sus padres vienen a buscarlos después del trabajo. Una situación bien triste puesto que el niño se siente abandonado, empieza a acumular miedo, odio y resentimiento.

Se empieza ya ,como en las clases superiores, a aumentar el control y la vigilancia con el fin de mantener una cierta disciplina; las obligaciones y las prohibiciones se multiplican, se empieza a regir al niño. El deberá comer a cierta hora, dormir a cierta hora, jugar de tal a tal hora.

Pero, si por el contrario, el niño tiene la suerte de frecuentar una de las raras escuelas que respetan su ritmo biológico y que tiene en cuenta la base biológica de su comportamiento psíquico, todo ira mejor. Vivirá en un medio que le consiente hacer y deshacer a su voluntad, jugar sin el control asiduo de los adultos, libre de iniciarse a los juegos sexuales de los niños, lo cual es importante para su andadura hacia la genitalidad. Vivirá sus juegos con curiosidad y naturalidad y podrá incluso cultivar sentimientos de afecto y de ternura hacia el sexo opuesto. Desde su nacimiento, el niño sano no ha hecho nunca distinción entre placer sexual y ternura, es pues capaz de abandonarse plenamente a estos sentimientos.

Hasta aquí, la escuela no ha sido un problema. Esto parece también ser cierto para los otros niños, visto su comportamiento y su rostro relajado; entre ellos reina buena armonía y encontramos un buen grado de socialización.

Una vez en la escuela primaria, el niño se encuentra en una situación nueva: el comportamiento de los profesores cambia, el de sus compañeros de clase también; debe cumplir el programa que debe seguir y que se convertirá en adelante en “el objeto de culto” de los estudios. Poco importa si uno impone el respeto a este culto con autoridad o de forma disfrazada, bajo la máscara de “nuevas materias”. En todo caso este no es, por el momento, un gran problema para el niño. En efecto, su curiosidad natural, su deseo de aprender, hacen que se entusiasme por todo lo que es nuevo. Mucho antes de la edad escolar quería aprender a leer y como nadie estaba dispuesto a echar a perder los pocos meses que le quedaban de juego- y nada más que juego- que le quedaban aún, él había aprendido a contar sólo mirando el calendario. El sabia pues contar hasta 30 pero si los meses hubieran estado de 100 días, ¡el habría sabido contar hasta 100! Por consiguiente, entes incluso de ir a la escuela, el niño estaba ya biológicamente listo para aprender.



Cuando los profesores afirman que es necesario estimular el aprendizaje de los niños esto es cierto,evidentemente, para los niños acorazados pero no para los niños emocionalmente sanos. Frecuentemente un rendimiento mediocre es debido a una falta de interés. Esta falta de interés viene del hecho que desde los primeros días de vida, su curiosidad natural ha sido inhibida o desviada. Ellos pueden estar apáticos o amorfos ya sea porque son desgraciados, porque están ausentes o para desafiar a sus padres. Es evidente que el niño sano no tiene ninguna necesidad de desafiarlos puesto que no depende de ellos de forma neurótica. El es feliz, se autodisciplina, posee un orden interior. El niño sano no es anárquico sino autosuficiente y ama lo que hace por la alegría que esto le procura. En el caso descrito en esta historia, el niño ama no solamente el trabajo sino que quiere hacerlo bien; llega a enfadarse consigo mismo cuando falla en su tarea hasta el punto de darse golpes en la cabeza por no haber sido capaz de dibujar correctamente las letras del alfabeto.

...Los años pasan y está en la enseñanza media. El niño continúa aprendiendo voluntariamente y está enfrascado completamente en lo que hace. Consigue preservar su armonía interior a pesar de la escuela. Debe sentarse horas en su banco y, durante el recreo empieza a cansarse de la agresividad excesiva de los niños acorazados. Estos, condicionados ya a pensar de forma uniforme y estandarizada, imbuidos ya de prejuicios, perversos ya en su sexualidad, proyectan en él el odio que reciben en sus casas. Empiezan a burlarse de él porque es español, judío o negro. Verá en sus caras sonrisas viciosas cuando vaya simplemente a hacer pipí. No podrán soportar que se entienda bien con las niñas, que sepa ser amable con ellas y que no tenga vergüenza de su propia dulzura, motivos por los cuales todas quieren complacerle y buscan su compañía. Durante el recreo es siempre su nombre el que resuena y todo el mundo lo busca. Pero ya a esa edad crece el resentimiento entre algunos que no pueden sufrir que él sea bien visto: estos llegan a maniobrar sutilmente las emociones de los otros niños; y un buen día, de común acuerdo, le insultan, le amenazan, lo humillan profundamente. Se burlan de él por su cortesía con las niñas, le atribuyen fantasías obscenas que no pertenecen más que a ellos. Le ridiculizan a causa de las atenciones que la maestra tiene hacia él y le acusan de hacerse ver de ser su “mascota” (él, al contrario, se queja de tener una maestra severa que no le comprende. Ridiculizan sus sentimientos respecto a su madre (oh, cuantas veces, con una mirada furtiva y haciendo como si nada habían ellos observado celosos a su madre acompañarlo a la escuela y, abrazándolo, decirle “hasta luego”. Para ellos, habituados a la frialdad y a la brutalidad, todo esto era intolerable). Y, día tras día, este niño vibrante y lleno de vida está en contacto con niños tensos y contraídos. No le es posible ser verdaderamente libre, puesto que, incluso estando auto regulado, debe vivir con niños que no tienen ninguna autorregulación y que llevan ya los signos de una educación llena de odio, de violencia y de miedo. Está cotidianamente sometido a las influencias nocivas de los niños acorazados, a su agresión verbal, a menudo a golpes dados a traición, a un estrés continuo que lo traumatiza y lo alcanza en su propia sensibilidad y en su punto más vulnerable, su fragilidad hereditaria. Es a menudo en tales circunstancias que explota una de sus numerosas enfermedades infantiles que la pediatra tradicional considera como un patrimonio inevitable de la infancia. Podríamos estar de acuerdo con el punto de vista de los pediatras si este niño no hubiera regresado tan a menudo a su casa con el corazón roto y lleno de amargura. El no llegaba ni a creer ni a comprender el comportamiento de los otros, estaba desarmado delante de tanta maldad.

En este caso lo que afecta más al niño es la injusticia, la desigualdad en las relaciones , el hecho de que muchos se alíen contra él , que está sólo; incluso aquellos que sienten simpatía por él no osan manifestarla públicamente puesto que son muy débiles y están intimidados por las bravuconadas del grupo de pequeños sinvergüenzas. Si le dejaran por lo menos el derecho de medirse cara a cara con otro niño, el combate sería leal ,incluso si salía mal parado, estaría feliz y satisfecho, Pero es la deslealtad, la perfidia, la injusticia lo que él no comprende. Después de este hecho se suceden días terribles en los que llega a casa desesperado, jurando no volver más a la escuela. Son momentos de amargura y de desánimo no sólo para él sino también para sus padres que también sufren; los mismos que, día tras día, año tras año, lo han rodeado de amor, de afecto, de comprensión ven su esfuerzos colapsarse miserablemente bajo el peso de la locura, de la irracionalidad de los niños marioneta teledirigidos por familias neuróticas.

Un momento de reflexión se impone entonces…Y los padres llegan a la conclusión de que el niño sano debe ser protegido de forma activa y constante contra los impulsos destructivos de los otros niños. Después de haberlo consolado, animado, después de haberle explicado que pasaba y por que pasaba, los padres van a poner al corriente a los responsables de la escuela del comportamiento aberrante de algunos niños. Deben esperarse respuestas del tipo “Esto no es culpa de los niños pero es la suya de que sea demasiado sensible”. ¿Demasiado? ¿Muy sensible? Es ciertamente verdadero para ellos que, habituados a la dureza, la juzgan indispensable para “preparar” el niño a la vida. Están listos para preparar un desgraciado inmediatamente con el fin de “habituarlo” a los sufrimientos del mañana. De todas formas el argumento será cerrado pronto. Ellos profesores iluminados, están de tal forma ocupados por las reformas y los nuevos métodos didácticos, que “no tienen tiempo” de tomar en consideración el caso de cada alumno. Dan más importancia a una definición memorizada que a la tempestad emocional del niño y luego, de escuchar a los niños, son todos iguales. No llegan a distinguir en un niño el comportamiento sádico y neurótico de un comportamiento agresivo pero sano. ¡Nadie les pide hacer sentimentalismo! Se pueden manejar situaciones emocionales muy intensas sin dejar de ser objetivo. Rechazar afrontarlas significa abandonar al niño a si mismo y a su angustia emocional. A pesar de sus discursos elocuentes, estos profesores ignoran todo sobre la naturaleza y la genitalidad del niño, es decir de toda su personalidad psico-biologica incluyendo sus emociones, sus sensaciones, sus sentimientos y sus ideas; o bien ellos racionalizan su aversión y su temor hacia la genitalidad afirmando, por ejemplo:

“Esto no quiere decir negar las demandas sexuales y de amor, pero invitar a su desviación, para que puedan operarse los aprendizajes…Este rechazo de cuerpo a cuerpo, de la inmediatez, no es sino el otro nombre de una voluntad deliberada de considerar que en la escuela el deseo transita por la palabra…El noli tangere ( es aquí) la base de toda educación. No tocar, no tocarse…saber resistirse a su propia necesidad de amar y ser amado…Se trata de canalizar la energía de la libido no sólo para mover el lugar de su manifestación sino bloqueándola por completo y buscando contenerla con el propósito de crear otras vías colaterales de relajarse.”

Acabo de citar un párrafo extraído de un best-seller escrito por un equipo de educadores “progresistas”.

En cuanto a los educadores “conservadores”, a los que la genitalidad aterroriza, exclaman:

“No debe existir contacto entre el maestro y los alumnos sin un intermediario, y, este intermediario es el libro escolar”

Se apresuran a racionalizar su posición afirmando que el contacto emocional es para los jóvenes un obstáculo para el desarrollo del pensamiento abstracto. O, es justamente este pensamiento abstracto, separado del resto del cuerpo, que está en proceso de conducir al planeta tierra a la catástrofe. Es justamente este pensamiento abstracto el que ha despoblado los campos ,el que a puesto a su disposición la artesanía, creando esta sociedad industrial monstruosa que sustrae al hombre su dimensión humana, lo mecaniza, lo transforma en robot, en engranaje de la burocracia y del Estado. Gracias a este “sublime” pensamiento abstracto, en poco menos de 80 años, este siglo ha visto multiplicarse el número de sus funcionarios. Después de haber abandonado el trabajo de la tierra y perdido el contacto con la naturaleza, los hombres han tenido necesidad de encontrar actividades artificiales y satisfacciones secundarias; por lo tanto, deben comprar, deben consumir. La industria produce a pleno ritmo, devastando y ensuciando la naturaleza y el ciclo infernal continúa. Este pensamiento abstracto, este cerebro centralizador que debe planificar todo y programar todo excluyendo al resto del cuerpo impide al hombre funcionar armoniosamente. ¿Qué lugar queda para la fantasía, para la invención, para la imaginación? Alguien ha dicho:

“Tú tienes todo lo que necesitas excepto una cosa, la locura. El hombre debe tener un grado de locura sino no se atreverá nunca a cortar el cordón y ser libre”

¿El hombre actual es verdaderamente más libre que el de ayer? Incluso si uno proclama que “El fin de la instrucción es el de formar hombres libres”, la humanidad está aún en estado de esclavitud y de sumisión aunque bajo formas diferentes de aquellas del pasado.

…¿Para qué sirve una escuela totalmente indiferente a los problemas fundamentales del niño? ¿Qué es una escuela que tiende a mutilar la espontaneidad, el placer creativo, pues la atmosfera es intelectualmente estéril porque carece del humus biológico que es el placer genital? Escuchamos decir en los congresos pedagógicos que la escuela se interesa por los niños; pero, al contrario, no se interesa del todo porque evita lo esencial, la genitalidad infantil. El juego y la sexualidad tienen un lugar predominante en la vida del niño y deberían poder insertarse y expresarse en la vida escolar. ¿Pero cuál es la realidad? Se fragmenta la vida cotidiana del niño: por un lado los estudios, por el otro el juego y finalmente, para sublimar la sexualidad, cualquier actividad deportiva fuera de clase. La escuela-fábrica es responsable de una escisión entre la personalidad del niño y las asignaturas aburridas que se le obliga a aprender; de una escisión entre estudios y tiempo libre, teniendo por función habituar al futuro ciudadano a un trabajo aburrido durante seis días para tener luego el ocio del domingo; también es responsable de la división de los niños en grupos de niños y niñas y separa el mundo de los adultos (profesores) del de los niños (alumnos). La escuela acorazada crea desorden, desequilibrio y desacuerdo; está entonces obligada a ocuparse de los problemas secundarios causados por la supresión de los impulsos naturales. Por otra parte debe su funcionamiento a la destrucción de la genitalidad de los niños, se nutre de su energía estancada, aquella que, justamente, no circula libremente en sus cuerpos y que luego pone al servicio del intelecto y de los procesos de aprendizaje.


¿Qué pasa con el niño sano en este marco? Gracias a su vitalidad, a su energía libre y fresca, gracias también a sus padres que le animan y le apoyan constantemente, le explican sus contradicciones y las de los otros niños, el niño sano sabe aprovechar al máximo la escuela y obtiene el máximo placer de sus aspectos positivos sin por lo tanto sacrificar lo que hace de él un niño sano, es decir su espontaneidad, su vivacidad, su alegría de vivir. Ahora, por supuesto, no tiene tantas ilusiones en sus camaradas y su confianza no es, como antes, sin limites ni reticencias; aprende a querer a los demás por lo que son, a comprender que sus “debilidades” pueden ser signo de enfermedad, lo que le ayuda a soportarlos mejor. Se da cuenta de que si los otros, niños y adolescentes, tienen este comportamiento es a causa de la forma en que son educados en sus casas; su comportamiento rudo, vulgar, superficial e impulsivo no le sorprende más. Ciertamente, suspira a menudo, lleno de amargura: “¿Pero por qué las cosas han de ser así? Sería mejor estar unidos, relajados, sentirse amigos, pero al contrario siempre están uno contra otro, listos a criticar, a vengarse, a ser crueles”. Se ha dado cuenta también que el comportamiento de sus camaradas se degrada aún más cuando están en grupo; es por esto que prefiere una relación individual con algunos de ellos. Por otra parte también ha constatado que, por su actitud, los profesores explotan o intensifican el antagonismo entre los niños con el fin de acrecentar su propio poder o porque se quedan solos o incluso para hacer respetar el programa-fetiche. DIVIDE Y VENCERÁS: una astucia conocida durante miles de años.

Es justamente porque es sociable y abierto que el niño sano tiene una necesidad intensa de “formar parte” del grupo y esta adaptación no se hace a veces sino en detrimento de su cuerpo. Ha de aprender a dominarse, llega incluso a sabiendas a ser hipócrita en esto, debe a veces reprimir sus emociones y “hacer de tripas corazón “De buena gana estrangularía a sus compañeros por su maldad; y aunque es capaz de luchar cuerpo a cuerpo, no le dejan la posibilidad puesto que le atacan en grupo y, frente a las fuerzas reunidas contra él, únicamente puede que batirse en retirada. Estos días, en casa, lo encontramos agresivo, irritable y rebelde, la respiración espasmódica y la mirada extraviada. Ataca a sus padres y a los animales: martiriza al gato, rompe las alas de las moscas o hace alguna otra estupidez del mismo género. Los padres lo comprenden, están siempre de su parte, le explican lo que le pasa y un día incluso lo inscriben en un curso de defensa personal o de boxeo (no es suficiente de comprender intelectualmente la escuela acorazada, a veces es necesario defenderse físicamente). La tensión emocional es a veces tan fuerte que el niño necesitará incluso cuidados de urgencia orgonómicos (es por esto que es importante que estos métodos sean de uso corriente y que los padres o quienes se ocupen del niño tengan una preparación orgonómica).

Todos estos acontecimientos no han conseguido eliminar la curiosidad natural del niño ni su entusiasmo ni su optimismo. Continúa aprendiendo de forma apasionada, el descubrimiento le exalta siempre y regula él mismo de forma equilibrada su tiempo de estudio y su tiempo de ocio. Las dificultades no le desaniman, los cambio de rutina no le inmovilizan. Posee una libertad interior que le permite hacer frente a las tareas tediosas. Experimenta siempre la satisfacción del trabajo bien hecho, con pasión y sinceridad. Esto demuestra que si uno es libre de expresar sus emociones, el intelecto se limita a seguir.

Qué lástima que el niño esté obligado a perder gran parte de sus energías únicamente para evitar ser destruido por la escuela acorazada. Si la escuela se interesara en los instintos naturales, en la felicidad, en la libre expresión del niño en vez de obstinarse a querer “enseñarle valores”, seria un lugar en que el niño se sentiría como en casa. A este respecto, antes incluso de comenzar la escuela, el niño sano posee ya valores, unas bases sólidas, un orden interior y una moralidad natural. El civismo, la sinceridad, la honestidad son cosas que el no tiene necesidad de aprender puesto que él las siente ya en su cuerpo.

Quiero hacer hincapié que por niño sano, entiendo relativamente sano, en la medida que es posible serlo en una sociedad acorazada como la nuestra. Debido a que el niño debe ser capaz de integrarse en esta sociedad enferma para no ser una élite distanciada. Un niño sano puede tener ansiedades, momentos difíciles y conflictos como un niño emocionalmente enfermo pero, mientras que el segundo se ha quedado atascado, el niño sano tiene la capacidad para salir y sabe desembarazarse de todo lo que le perturba.

Nosotros cometemos muy a menudo el error de “imponer” la salud a los niños, de quererlos perfectos, de no permitirles ser imperfectos. Además, nosotros, adultos, somos mucho más indulgentes ante nuestras faltas que hacia aquellas de los niños.

Para concluir, se trata de decidir si la función de la escuela es la de proporcionar a la sociedad el tipo de individuos que necesita o más bien la de ayudar a los niños a desarrollar plenamente sus potenciales y por lo tanto a disfrutar plenamente de su vida. Ciertamente la instrucción escolar es importante pero es más importante aún salud y el bienestar del niño que este pueda seguir su ritmo, según sus afinidades y capacidades. Como reza el viejo dicho italiano “Meglio un asino vivo che un cavallo morto”(1), que la sabiduría popular francesa a transpuesto:” Un intelectual sentado va menos lejos que un tonto que camina”.

Alexander Neill ha dicho:

“Me temo que nuestras escuelas progresistas no van a la raíz del problema… Esta raíz (la genitalidad) pone en cuestión gran parte de los conceptos fundamentales cosa que no podría hacer la introducción de la enseñanza por ordenador o programas del tipo de las matemáticas modernas”

(1) “ Vale más un asno vivo que un caballo muerto”